Como amante del "carpe diem" no puedo dejar de maravillarme ante este fenómeno que siempre ocurre en el momento justo, en la situación precisa, con la persona indicada... Y mientras, esas palabras improvisadas, esa noche fugaz o esa mañana recién nacida, ese beso robado o esa mirada pillada "in fraganti", ese deseo contenido, esa confidencia al extraño más cercano o esa sonrisa nerviosa y compartida, esa complicidad mezclada con un café y amaneciendo, ese paseo que queda de paso...Y al final... de nuevo el mundo, de nuevo la vida trazada de antemano, pero esta vez con un sabor especial, con una sonrisa al recordar y ser consciente de lo real a pesar de lo onírico que pueda parecer el encuentro.
Quizás sólo sea cuestión de círculos, esos que mientras se crean ya se están cerrando, quizás para recordarnos que la vida continuamente se escapa en cada segundo, y sólo de nosotros depende hacerla especial en cada momento.
Encuentros fortuitos que duran más en la memoria que mientras se producen, y por eso mismo, aunque parezca una paradoja, pueden durar eternamente sin apego. Un recuerdo que significó toda la diferencia. Rindo homenaje a esos regalos de la existencia, a esos rostros con nombre y sabor a horas, porque ahora, en este momento en que bajo de la rutina y echo la vista atrás, una sonrisa se dibuja en mis labios y me siento afortunada por haber recibido tanto y de forma tan honesta, natural, espontánea.
Encuentros fortuitos que impulsan a abrazar la vida, a esas extrañas bienvenidas que me conectaron aún más con mi propia esencia.