Uno tiene el valor que se da a sí mismo. Así de simple.
Hay momentos en la vida en los que es demasiado tentador pensar (y por tanto, creer) que aquellas circunstancias que nos desagradan, disgustan o hieren están relacionadas con el poco valor que se nos otorga a nuestra persona, a nuestro trabajo, sentimientos, etc... Caemos en la trampa de depositar todo el poder en el "afuera", dejándonos en una cómoda posición de víctima que, aunque parece aliviarnos por momentos, es tan errónea como inútil. Errónea, porque no todo lo que nos pasa depende exclusivamente de los demás, o del azar, o del destino o como quiera llamarse a cualquier otro elemento externo que escape a nuestro control, pues si bien hay situaciones inevitables, lo que sí podemos modificar siempre es nuestra propia respuesta a lo que nos sucede.
No somos máquinas perfectas, de acuerdo. No siempre tenemos las herramientas adecuadas para afrontar según qué golpes de la vida: también de acuerdo. Por eso, cierto tiempo de adaptación es no sólo válido, sino también recomendable. Pero de ahí a sostener que nada está en nuestra mano...va un trecho.
Y es inútil también pensar de esta manera porque es abogar por la indefensión frente a la vida y sus adversidades, es negar el propio aprendizaje. Como dijo Jung: "Aquellos que no aprenden nada de los hechos desagradables de sus vidas, fuerzan a la conciencia cósmica a que los reproduzca tantas veces como sea necesario, para aprender lo que enseña el drama de lo sucedido. Lo que niegas te somete, lo que aceptas te transforma"
Así pues, se me ocurre pensar que una forma de trascender esas vicisitudes es entender que somos responsables de aquello que nos acontece, tanto para bien como para mal, y todo aquello que consideramos "injusto", la mayoría de las veces es propiciado por nuestra actitud interna pasiva de permitir aquello que sabemos que ni queremos, ni merecemos.
No se trata de que nos valoren. Se trata de no permitir un trato que nos degrade. Si aprendemos a darnos el lugar que creemos que nos corresponde, aquel lugar que más feliz nos hace, el entorno no tardará en captar el mensaje, seremos nosotros mismos quienes desechemos aquellos caminos, trabajos, relaciones, etc... que no nos satisfacen, propiciando con ello una actitud activa frente a la vida, creando el verdadero valor que tenemos, que siempre tuvimos, pero que en primer lugar tiene que ser reconocido por nosotros mismos antes que por todo lo demás.
es cierto lo que dices...y cuando aprendemos a valorarnos a nosotros mismos es cuando los demás nos respetan de verdad!
ResponderEliminarme gustó leerte!
un beso!!
Históricamente arrastramos una montaña de desvalorización que apunta a afectar toda autoestima, nacemos pecadores, con una culpa de un delito que no existe y que nunca hemos cometido. Si se trata de las mujeres todavía es peor, hay países donde nacer mujer ya es una grave falta. Si se nace pobre en otros ya es una condena a la desgracia de por vida.
ResponderEliminarEsta reflexión de reivindicación del valor propio es una gran tarea del presente, en muchas sociedades el espíritu gregario intensifica la segregación en el sadismo del acoso y la agresión verbal constante, donde muchas personas aceptan ser mediante la humillación y la autohumillación.
Dentro del trabajo de los mismos artistas se da esa constante hostilidad de estar pordebajeando el trabajo y resultado de los demás al punto que muchos se hunden a pesar del talento que se sobrepone al de tantos otros menos talentosos.
Pero es precisamente en el arte donde las personas y sociendades pueden adquirir toda una base de amor propio y de autoestima que les permitirá esa autoafirmación y tranquilidad para el disfrute y usufructo de la belleza y sus profundos enigmas.
Un gran abrazo amiga Nakrama!!!